Esta hoja informativa se actualizó el 7 de julio de 2020 y se puede encontrar aquí.
Las comunidades isleñas de todo el mundo tienen un fuerte vínculo con el océano. Los mares conectan a las personas con las familias y los vecinos, brindan sustento, impulsan las economías e inspiran el arte y los valores culturales.
Históricamente, las comunidades isleñas han cosechado productos marinos de un océano pródigo. Sin embargo, estas personas enfrentan nuevos desafíos a medida que la salud de los océanos y las poblaciones de peces se ven afectadas negativamente por las actividades humanas no sustentables del planeta. Por ejemplo, entre 1974 y 2015, se triplicó el porcentaje de poblaciones de peces que se capturan en niveles biológicamente no sustentables.1 Los residuos marinos contaminan áreas enormes, y las emisiones de dióxido de carbono están causando el calentamiento y la acidificación del agua a nivel mundial.2 Las poblaciones de algunas especies de peces depredadores tope decrecieron en más del 90 % con respecto a sus niveles históricos.3
En la actualidad, las comunidades isleñas, en especial las del Océano Pacífico, están combinando conocimiento tradicional y ciencia para desarrollar estrategias innovadoras para proteger el océano y, al mismo tiempo, apoyar el medio de subsistencia local y conservar las prácticas milenarias.
Las tradiciones y prácticas que se pasan de una generación a otra se incorporan cada vez más a las decisiones de ordenación marina actuales como complemento a las recomendaciones y los datos científicos.
Muchas islas y culturas del Pacífico comparten un concepto de conservación que impulsa la protección de determinadas áreas y restringe su uso. Este enfoque, a veces secular, se conoce con distintos nombres y expresiones culturales. En Palau, se llama bul, mientras que en la cultura polinesia lo llaman rahui o lahui. En el resto del mundo, a esta práctica se la denomina con palabras tradicionales, como tapu, tabu, tambu, mo, meshung o sil.
Estas medidas de protección se pueden implementar de forma permanente o durante un período determinado para permitir que el ecosistema se recupere. En algunos casos, se aplican en áreas de carácter sagrado o de importancia cultural, o en áreas donde la actividad humana ha ocasionado un detrimento de la salud.
El bul o rahui, por ende, es muy similar al concepto moderno de área marina protegida (AMP), un espacio geográfico claramente definido que es reconocido, dedicado y administrado, a través de medios legales u otros medios eficaces, para lograr la conservación de la naturaleza a largo plazo.4 Líderes a nivel local y nacional han adoptado enfoques distintos, pero conceptualmente similares, para implementar estas medidas de protección. Por ejemplo:
Como parte del trabajo para establecer una red de AMP de gran escala, el proyecto Legado para los Océanos de Pew Bertarelli reúne a artistas, educadores, pescadores, exfuncionarios del gobierno y viajeros tradicionales de diversos ámbitos geográficos y culturales que comparten el interés en la protección de las identidades únicas de las comunidades isleñas del Pacífico. Juntos, este grupo se conoce como Voces Isleñas.
Los miembros de este grupo asesoran al proyecto Legado para los Océanos en sus iniciativas de trabajo con las comunidades isleñas pequeñas a fin de crear AMP. Los embajadores de Voces Isleñas provienen de Palau, Guam, las Islas Marianas del Norte, Hawái, Nueva Zelanda, Australia, Nueva Caledonia, la Polinesia francesa y la Isla de Pascua. El objetivo central del grupo son los esfuerzos conjuntos para mantener la salud de los océanos y facilitar conexiones duraderas e intercambios de conocimiento.
El océano es de todos, y las personas de todo el mundo deben trabajar para protegerlo para las futuras generaciones. Durante siglos, las comunidades isleñas tradicionales han desarrollado maneras simples pero efectivas de mantener y restablecer la salud del océano creando áreas protegidas que tienen valor cultural. Las personas de otras partes del mundo pueden aprender de su experiencia y trabajar en consonancia con los aspectos culturales (impulsados por principios científicos consolidados), a fin de establecer AMP grandes y completamente protegidas. Estas áreas pueden traer beneficios de conservación tangibles, garantizar el crecimiento de las economías locales a largo plazo, promover la recuperación de las pesquerías vecinas que se ven beneficiadas por el “efecto de propagación” y fomentar la singularidad y diversidad de las tradiciones culturales que guardan una relación intrínseca con el mar.6