A la edad en que los niños sueñan con ser astronautas o bomberos, Rodrigo Hucke-Gaete ya estaba seguro de que se dedicaría a estudiar a las ballenas. La primera vez que vio a una—una orca, de hecho—tenía apenas 8 años y se obsesionó con los mamíferos marinos. Pero fue quince años más tarde cuando finalmente conoció a la musa inspiradora de sus investigaciones: la ballena azul.
Cuando se pensaba que el animal más grande del planeta estaba destinado a la extinción, Rodrigo—biólogo marino, doctor en ciencias, profesor en la Universidad Austral de Chile, investigador y fundador de la organización no gubernamental Centro Ballena Azul—identificó un refugio de alimentación y recuperación de estos cetáceos en la Patagonia chilena.
En su último paper, publicado el 1 de febrero en la revista Scientific Reports, reveló la dramática lucha de una ballena por esquivar cerca de mil embarcaciones, que diariamente atraviesan el espacio donde se alimenta, en la Patagonia chilena.
Porque la ballena azul es icónica y actualmente es un símbolo que representa fielmente dos aspectos importantes de la naturaleza humana: la ambición por la explotación sin mesura de la naturaleza y nuestra capacidad de enmendar las malas decisiones y acciones del pasado.
Para el año 1966, la industria ballenera había reducido las poblaciones de ballenas azules del hemisferio sur a menos del 1% de lo que originalmente eran. Imagina que tus 300 amigos de Facebook son la población total de tu especie y que luego de una catástrofe quedas con tres. Eso le pasó a la ballena azul. Es incomprensible que el humano haya llevado al animal más grande del mundo al borde de la extinción; es increíble nuestra capacidad destructiva.
Así es. Por eso hablo también sobre nuestra capacidad de enmendar malas decisiones. Quiero pensar que hemos aprendido y que somos capaces de ayudar a recuperar las poblaciones de este grandioso animal. La industria ballenera es ya una pesadilla del pasado. Hoy son otras las nuevas amenazas sobre los océanos que impiden una rápida recuperación de especies sobreexplotadas. Si logramos fomentar la recuperación del animal más grande del mundo, será un logro, una señal de que podemos revertir los errores del pasado y una poderosa luz de esperanza en medio del preocupante panorama que afecta a la biodiversidad global.
Los refugios climáticos son aquellas áreas que por sus particulares características climáticas, pristinidad y menores presiones de origen humano, pueden amortiguar efectos negativos del cambio climático. La Patagonia chilena posee ciertas características que la hacen merecedoras de ese título, si protegemos los ecosistemas que la componen. Hay bastante literatura científica que indica que la Patagonia chilena es un importante sumidero de carbono atmosférico y esto es en gran parte debido a que sus ecosistemas han sido poco tocados. Los fiordos, los bosques de macroalgas y las áreas de alimentación de las ballenas, son algunos de los sistemas que promueven esta captura y almacenamiento de carbono y debemos estudiarlos con mayor detalle, protegerlos y minimizar las amenazas que—producto de las actividades humanas—pudiesen estar afectando la efectividad de estos sistemas naturales que silenciosamente nos ayudan a paliar los efectos del cambio climático. La identificación y protección efectiva de estos sitios harán que esta solución basada en la naturaleza tome su sitial y magnifique su efecto.
Por supuesto, a la Patagonia chilena llegan ballenas azules a alimentarse aquí y se mantienen en la zona por hasta seis meses. Además, y muy importantemente, llegan con sus crías. Las madres les enseñan no sólo a cómo alimentarse y lidiar con las amenazas antes de su destete (a los seis meses de vida), sino que también les muestran que la Patagonia aún es un lugar donde estará asegurada su alimentación. Generaciones de ballenas azules han mantenido esta tradición y vuelven año a año. Es nuestra responsabilidad mantener y mejorar las condiciones que hacen que estos magníficos animales nos visiten y cumplan su rol en los ecosistemas marinos de la Patagonia chilena.
Precisamente, y es porque las fecas son muy interesantes.
Investigaciones en los últimos diez años indican que las grandes ballenas fertilizan la zona fótica de los océanos (donde se produce la fotosíntesis del fitoplancton) al defecar heces líquidas, o más elegantemente conocida como “pluma fecal”, en superficie. Así, las fecas estimulan la proliferación del fitoplancton que a la vez absorbe CO2 de la atmósfera y libera oxígeno. Recordemos que el 50% del oxígeno producido en la Tierra se genera en el mar a través del fitoplancton.
La restauración de las poblaciones de ballenas podría aumentar la productividad al hacer disponibles nutrientes en aquellas áreas consideradas bajas en clorofila, incrementando la disponibilidad de estos en los océanos.
Durante sus largas vidas albergan toneladas de carbono en sus propios cuerpos, transformándolas en los árboles del mar. Cuando mueren, todo ese carbono llega al fondo del mar. Sus restos, al ser devorados por las especies carroñeras, continúan enriqueciendo la productividad marina y, al cabo de algunos años, sus osamentas empiezan a ser colonizadas por otros organismos y utilizadas por hasta cincuenta años por una comunidad ecológica completa en lo que fuera su cuerpo.
Así es. Las ballenas son vida: generan vida y propician la vida. Si lo pensamos bien, es una forma bastante inteligente de vivir y debiéramos escuchar y entender el mensaje silencioso que nos transmiten. Los ecosistemas marinos son resilientes, hay esperanzas que mejoremos como especie humana, y por eso es tan importante la ciencia y la educación. Hay demasiadas lecciones que nos pasamos por alto porque no hemos destinado esfuerzos suficientes a comprender estos procesos ecológicos que mantienen los ecosistemas sanos.
Esperamos que se genere conciencia y ocurran cambios estructurales en la forma de hacer las cosas en el día a día. En relación con las zonas críticas para ballenas y los choques con embarcaciones hay aspectos que pueden cambiarse de forma relativamente simple. Esto estableciendo medidas que permitan ordenar el tráfico marítimo, especialmente en los meses durante los cuales las ballenas necesitan de la Patagonia chilena para alimentarse y cuidar a sus crías. Pero estos son solo los primeros pasos para resolver y minimizar al máximo los efectos de actividades humanas en la Patagonia.
La conservación en Patagonia no se trata sólo de salvar a las ballenas. Hay bastante evidencia que indica que industrias profusamente instaladas en este maritorio (como la industria salmonera y otras) están provocando cambios profundos en los ecosistemas. Debemos actuar rápido con figuras y medidas de conservación como la creación de áreas marinas protegidas, para que la Patagonia chilena siga siendo un importante refugio para comunidades ecológicas únicas y un refugio que ayude a minimizar los impactos del cambio climático a nivel global.