El lobo marino antártico, prácticamente diezmado en Georgia del Sur a manos de la caza a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, está en recuperación. Aproximadamente uno de cada mil ejemplares, como la cría que aparece en primer plano, es de color rubio pálido.
© Johnny Briggs
Esta es la segunda de tres publicaciones del blog sobre la expedición del autor a las islas Georgias del Sur y Sándwich del Sur. Lea la primera publicación aquí.
En 1788, unos 13 años después de que el explorador británico Capitán James Cook desembarcara en Georgia del Sur en el Océano Atlántico Sur, llegó el primer cazador de focas. Hacia 1825, la matanza de lobos marinos para aprovechar su piel se traducía en una cifra aproximada de 1,2 millones de ejemplares, y hacia 1912 la industria peletera del lobo marino había llegado a su fin, junto con la casi extinción de la especie en Georgia del Sur.
Justo antes de ese fin, la industria ballenera en la zona estaba dando sus primeros pasos. En 1904, el noruego C. A. Larsen estableció la primera estación ballenera antártica de la isla en Grytviken, con 60 hombres. Pronto se establecieron más estaciones en Puerto Océano, Husvik, Stromness, Puerto Leith y Puerto del Príncipe Olav. Había una gran abundancia de ballenas, y la demanda de aceite estaba en alza. Los productos elaborados a partir de las ballenas incluían aceite para iluminación, margarina, jabón, fertilizantes y suplementos nutricionales para animales de granja. Es de destacar que muchos productos similares en la actualidad se obtienen del kril, un pequeño crustáceo que sostiene la red alimenticia del Océano Austral.
Lobos marinos en la playa, cerca de las ruinas de la estación ballenera de Stromness.
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Si bien al principio la caza de ballenas en las aguas de Georgia del Sur era sumamente rentable, también desde el principio quedó en claro la fragilidad de su sostenibilidad. En 1906, el gobernador de las Islas Malvinas (Falklands), que en ese entonces administraba la industria en Georgia del Sur, introdujo un sistema de licencias que pretendía ordenar los recursos, por ejemplo, prohibiendo la matanza de hembras con crías.
Sin embargo, la introducción del buque factoría pelágico, que les permitía a los cazadores operar en alta mar, finalmente marcó el fin de la industria. En ese contexto, se disparó el índice de capturas, lo que provocó una sobreproducción de aceite y un desplome en los precios que, en última instancia, obligaron el cierre de las dos estaciones balleneras de Georgia del Sur. Sin embargo, la caza de ballenas en Georgia del Sur continuó hasta 1965, cuando quedaban apenas unas pocas ballenas y la industria no generaba rentabilidad. Desde la caza de la primera ballena en Grytviken en 1904 hasta la última en 1965, las estaciones balleneras de Georgia del Sur procesaron 175 250 ejemplares de este majestuoso cetáceo.
Las cinco estaciones balleneras de Georgia del Sur se deterioraron y, debido a las estructuras desvencijadas y la presencia de asbesto y aceite combustible, la entrada a cuatro de ellas está prohibida. Permanecen como reliquias herrumbradas de una industria extinta, rodeadas por una zona de exclusión de 200 metros y despojadas de gran parte de su legado tras décadas de saqueos a manos de los visitantes. La excepción es Grytviken, un espeluznante monumento que conmemora esta industria sanguinaria. La limpieza del sitio, realizada para la seguridad de los turistas, ha hecho de la estación un entorno aséptico y despojado, pero la magnitud y la eficiencia del funcionamiento de otrora se notan claramente. Los operarios de Grytviken podían procesar hasta 25 rorcuales comunes, cada una de unos 18 metros (60 pies) de longitud, en 24 horas. Hay enormes tanques herrumbrados que aún gotean aceite de ballena, y un mástil de madera dispuesto en el suelo muestra el tamaño de la ballena azul más grande de la que se tenga registro, procesada en el sitio, que medía 34 metros (112 pies) y pesaba más de 100 toneladas.
Edificios en ruinas en la estación ballenera de Stromness, también conocida como el “museo del asbesto”.
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Más de 1000 operarios trabajaban en las estaciones y en los buques que desarrollaban su actividad en Georgia del Sur durante el apogeo de la industria. Las estaciones funcionaban 24 horas al día, siete días a la semana, en dos turnos, pero la vida no era puro trabajo. En la mayoría de las instalaciones había un cine, e incluso Grytviken tenía una iglesia, recientemente renovada, y un salto de esquí.
La iglesia de Grytviken.
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Un pingüino gentú posa junto a la hélice de un antiguo buque ballenero.
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En la actualidad, la estación ballenera está custodiada por lobos y elefantes marinos que holgazanean por los senderos que conducen al sitio bufando y lanzando mordiscos a quienes se acerquen.
Un elefante marino hembra le deja en claro a un turista que debe mantener distancia.
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Unos pocos cientos de metros más allá de Grytviken, en un pequeño cementerio, está la tumba del habitante más legendario de la isla: el explorador polar británico Sir Ernest Shackleton. En diciembre de 1914, después de navegar a Georgia del Sur desde Inglaterra, Shackleton y una tripulación de 27 hombres zarparon de Grytviken a bordo del Endurance, de 44 metros (144 pies) de eslora, para emprender la primera expedición transantártica. Trazó la ruta desde el mar de Weddell hasta el mar de Ross a través del Polo Sur.
Si bien no logró llegar a su fin, la expedición marcó uno de los mayores hitos en la exploración polar. Tras permanecer atrapados durante meses entre los hielos del mar de Weddell, Shackleton finalmente condujo a su tripulación a la isla Elefante en las islas Shetland del Sur, donde parecía que todos morirían de hambre. Pero Shackleton se negaba a rendirse y salió en busca de ayuda con cinco compañeros en un bote de 7 metros (23 pies). Después de una travesía de 16 días en los que recorrieron 1300 kilómetros (800 millas) y sobrevivieron tempestades, el grupo alcanzó la costa sur de Georgia del Sur. Desde allí, Shackleton y dos de sus hombres atravesaron la isla a pie y llegaron, 10 días después, a la estación ballenera de Stromness.
Un buque ballenero partió de inmediato hacia la isla Elefante y rescató a los miembros restantes de la tripulación del Endurance.
Hoy en día, el tramo final de la Ruta de Shackleton por Georgia del Sur se ha convertido en un camino de peregrinación para los turistas, y se acostumbra brindar ante la tumba de Shackleton, El jefe, con una medida de whisky.
Próximamente: Encuentros con la vida silvestre en Georgia del Sur y las amenazas que atentan contra la recuperación de los ecosistemas.….
Johnny Briggs es un oficial del proyecto Legado para los Océanos de Pew Bertarelli en Reino Unido, con sede en Londres.